lunes, 19 de septiembre de 2016

ZORRADAS

Que yo fuera buscabichos, no quiere decir que todos los bichos me fueran simpáticos. A algunos se las tenía juradas.
      Si los buscaba, no era por cierto para ofrecerles mi cariño. Uno de ellos fue el zorro. Aparecía una gallina muerta y sin pechuga. “¡Zorro!” decían los mayores.
       Estuve junto a la trampa. Allí estaba, mismo, el matrero. Era un zorro regular; pelo grisáceo renegrido, aspecto y tamaño de un perro policía joven; cola apenachada. Estaba furioso de impotencia.
       Mi  tío agarró un maneador, y, como pudo, enlazó al zorro y lo hizo salir.
       Pude manotear un palo grueso y acertarle al enemigo dos o tres garrotazos. El zorro comenzó a tambalear, para desplomarse enseguida, completamente inmóvil... “Muerto”, me dije.
 Y a mi tío:-Lo maté.
-Capaz que sí…
-¿Qué hago?
-Pues y si lo mató, sáquele el maneador.
   Obedecí. De lo demás, no quise acordarme. Al volverme para cargarlo, “el muerto” se había incorporado.

-¡Revivió! –grité.Por mucho tiempo no quise hablar ni oír hablar de semejante bicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario