lunes, 12 de diciembre de 2016

Había una vez un centauro que, como todos los centauros, era mitad hombre y mitad caballo. Una tarde, mientras paseaba por el prado, sintió hambre. «¿Qué comeré? -pensó-. ¿Una hamburguesa o un fardo de alfalfa? ¿Un fardo de alfalfa o una hamburguesa?» Y, como no pudo decidirse, se quedó sin comer. Llegó la noche, y el centauro quiso dormir. «¿Dónde dormiré? -pensó-. ¿En el establo o en un hotel? ¿En un hotel o en el establo?» Y, como no pudo decidirse, se quedó sin dormir. Sin comer y sin dormir, el centauro enfermó. «¿A quién llamaré? -pensó-. ¿A un médico o a un veterinario? ¿A un veterinario o a un médico?» Enfermo y sin poder decidir a quién llamar, el centauro murió. La gente del pueblo se acercó al cadáver y sintió pena. -Hay que enterrarlo -dijeron-. Pero, ¿dónde? ¿En el cementerio del pueblo o en el campo? ¿En el campo o en el cementerio? Y, como no pudieron decidirse, llamaron a la autora del libro que, como no podía decidir por ellos, resucitó al centauro. Y, colorín, colorado, este cuento nunca se ha sabido que haya terminado.

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