Una lechera llevaba en la cabeza un recipiente con leche recién ordeñada y caminaba soñando despierta. "Como esta leche es muy buena", se decía, "dará mucha nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una manteca blanca y sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré muchos pollitos Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que no: "¡así!”
La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el recipiente de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin manteca, sin nata y, sobre todo, sin leche.
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